Al final del año, muchos equipos se sienten desbordados. ¿Cuál es el primer reflejo que hay que tener para cerrar bien el año?
El primer reflejo es clarificar. Recomiendo tomarse un tiempo para distinguir tres cosas:
- lo que se ha logrado y merece ser valorado,
- lo que queda pendiente y debe retomarse en enero,
- lo que puede abandonarse porque ha dejado de ser prioritario.
Esta metodología sencilla permite dar sentido a los esfuerzos realizados y tener una visión global de los próximos pasos.
¿Cómo implicar al equipo en este proceso?
Apuesto por un formato breve y colaborativo. Un taller de una hora basta para que cada uno comparta un éxito y un aprendizaje. Se puede usar un tablero visual para sintetizar los puntos clave, pero lo esencial es crear un momento colectivo en el que se reconozcan los esfuerzos. El balance se convierte entonces en un tiempo de reconocimiento más que en una simple auditoría.
¿Qué hacer con los proyectos que no se terminarán antes de fin de año?
Hay que ser realista y transparente. Documentar el estado de avance, fijar una fecha de reanudación en enero e informar a las partes interesadas. Un proyecto pendiente bien enmarcado es mucho menos estresante que uno dejado en la incertidumbre.
¿Y para preparar el año siguiente?
Recomiendo definir algunas prioridades estratégicas para el primer trimestre, identificar los recursos críticos y planificar un kick‑off a principios de enero. Esto evita comenzar con urgencia y da una dirección clara al equipo.
Una última palabra para los managers o jefes de proyecto que quieran terminar el año con serenidad
No busquen la perfección, busquen la claridad. Un balance sencillo, compartido y orientado a la acción vale más que un informe exhaustivo que nunca será leído. Y sobre todo, tómense el tiempo de celebrar los logros: es el mejor combustible para arrancar de nuevo en enero.